Si bien antes sobrevivían al paso de los años, hoy son de un solo uso y están alejados de las tendencias pedagógicas modernas
¿Cómo los libros escolares se convirtieron en productos desechables?
Si bien antes sobrevivían al paso de los años, hoy son de un solo uso y están alejados de las tendencias pedagógicas modernas
En un pasado no muy lejano, los libros escolares tenían larga vida. Se cuidaban para que, en un nuevo año, pudieran servir al hermano menor, al primo o a un amigo cercano. Algunos se guardaban como parte de la biblioteca familiar. Los libros resistían el paso de los años y servían a muchos niños, no a uno solo.
La diferencia con los libros de ahora es que los de antes contenían mucha información y actividades sugeridas, que, por lo general, debían hacerse en hojas, en un block o sobre las rayas de un grueso cuaderno de 200 hojas. Que uno recuerde, los libros no tenían grandes fotos ni vistosos colores, pero cumplían su objetivo: servían de gran apoyo a la hora de estudiar para el examen o hacer las asignaciones.
PERO ALGO CAMBIÓ
Quizá usted se haya preguntado (como seguramente lo ha hecho en la última semana el congresista Jaime Delgado, presidente de la Comisión de Defensa del Consumidor): ¿Qué sucedió entonces con los textos escolares? ¿Qué los hizo cambiar tanto? ¿Por qué son ahora desechables y no para toda la vida? ¿Por qué cuestan tanto?
Hace 15 años más o menos, so pretexto de una nueva tendencia llamada constructivismo –mal entendida y aplicada de forma interesada–, se empezó a gestar la gran transformación. Se impuso la idea de que todo libro escolar –incluidos los de secundaria– debían ser divertidos, coloridos y con espacios para que los alumnos dibujaran, recortaran o hicieran sus tareas.
Los textos se modificaron y se convirtieron en productos de un solo uso, desechables, ‘light’ en cuanto al tratamiento de sus diferentes tópicos y muy alejados de las tendencias pedagógicas actuales. En el fondo eso significó un gran negocio, que benefició solo a unos cuantos; a esos que, precisamente, hicieron creer a los profesores y directores de colegios que el conocimiento debía renovarse cada año, de acuerdo con la coyuntura vigente.
Para ello, el márketing fue sencillo: se hicieron cambios en su diseño, en el tipo de letra, en las pocos fotos que aparecían. Se mostró un producto novedoso que, en esencia, seguía siendo el mismo de siempre.
¿Y qué hizo el Ministerio de Educación? Poco o nada; más bien alimentó la hoguera. Sea por cambios de ministros o viceministros, los planes curriculares cambiaron constantemente, lo que obligó una continua reimpresión de los textos escolares.
Mientras eso ocurría, la Asociación Peruana de Consumidores y Usuarios (Aspec) apuntaba más a la reglamentación de la Ley 28376 –que prohíbe y sanciona la importación, fabricación, distribución y comercialización de juguetes y útiles de escritorio tóxicos o peligrosos–.
¿Y el Indecopi? Pese a las denuncias que hicimos en esta misma página, el 3 de febrero del 2008, nunca actuó de oficio. Se limitó a tutelar las matrículas escolares en los colegios y la venta de uniformes. Su nueva administración ha tomado acciones y ha abierto investigación contra cuatro editoriales.
En Chile, Colombia y otros países vecinos, los procesos de evaluación de textos escolares cumplen un alto grado de gestión, análisis y especialización docente. Sus autoridades piensan en la calidad de los contenidos del texto, no en el precio.
CLAVE
Los padres de familia que participen en el futuro en la selección de los textos escolares deberían ser docentes en actividad o, en su defecto, tener conocimientos sobre las tendencias pedagógicas que se aplican en la elaboración de los textos escolares.
Lo ideal sería que los padres participantes pudieran tener una maestría o doctorado en pedagogía.
Se sabe que no todos los padres de familia dedican tiempo suficiente a la educación de sus hijos. El trabajo diario les demanda muchas horas, por eso solo recogen las libretas de estudio al final de cada bimestre.